En esta vivienda, las ventanas no son meros elementos funcionales, sino protagonistas del diseño, encargadas de materializar la conexión íntima y respetuosa con el bosque circundante. Cada apertura ha sido pensada como un puente entre el interior y el exterior, uniendo los espacios habitables con la riqueza geométrica, luminosa y espacial del entorno natural.

Las fachadas, revestidas de vidrio y piedra, se transforman en respuesta directa a la proximidad de los árboles, sus sombras y su presencia. Las ventanas se adaptan a estas condiciones con una precisión casi artesanal: transparencias que permiten vistas abiertas hacia el bosque, opacidades que protegen la intimidad, y serigrafiados que tamizan la luz, creando atmósferas únicas en cada estancia. Esta variabilidad no solo responde al programa específico de cada espacio —ya sea una sala de juegos, un dormitorio o una piscina cubierta—, sino también a la interacción directa con la vegetación que rodea y define el lugar.

En esta vivienda, las ventanas no son meros elementos funcionales, sino protagonistas del diseño, encargadas de materializar la conexión íntima y respetuosa con el bosque circundante. Cada apertura ha sido pensada como un puente entre el interior y el exterior, uniendo los espacios habitables con la riqueza geométrica, luminosa y espacial del entorno natural.

El volumen facetado de la vivienda potencia la singularidad de sus aperturas, distribuidas estratégicamente para captar la luz en su máxima expresión y permitir un contacto visual constante con el paisaje. Más que ventanas, estas superficies acristaladas actúan como "pieles vivas", integrando la naturaleza en la vida diaria y desdibujando los límites entre el interior y el exterior.

En el interior, los acabados en resina ámbar y madera refuerzan esta continuidad visual y material con el entorno, mientras que las ventanas, al filtrar la luz y reflejar los tonos del bosque, generan un juego cambiante de sombras y colores que dialogan con las estaciones y los ritmos del día.